MALESTAR

La isla corazón

Sobre el derecho a ser escuchadas

Las mujeres nunca han sido reconocidas como fuente de conocimiento. Nos lo han dejado claro porque no formamos parte de la memoria, no nos citan, nos desvalorizan, nos ridiculizan o nos menosprecian. ¿Cuántos nombres de mujer te encuentras cuando paseas por la ciudad? ¿Cuántas veces hemos asistido a una charla o a una clase y no ha habido una sola mención a una mujer? ¿Cuántas veces nos han explicado algo de lo que acabábamos de hablar? ¿Cuántas veces nos han llamado exageradas? ¿Cuántas veces nos han cuestionado siendo expertas de una temática? La respuesta es ¡demasiadas!

En los contextos democráticos en los que nos movemos, no existe ninguna prohibición explícita para que las mujeres hagamos uso (público) de la palabra. Sin embargo, solo un 35% de los ayuntamientos en Bizkaia están regidos por una alcaldesa; el porcentaje de catedráticas en la UPV/EHU no llega al 23% y, en el territorio español, la proporción de películas encabezadas por directoras no alcanza del 25%. ¿Será que somos más tímidas? ¿Será que no tenemos nada que decir? ¿Será que no estamos lo suficientemente formadas o que no tenemos talento? Y si estas cifras nos parecen alarmantes, ¿cuánto se reducen a medida que las mujeres pertenecen a clases trabajadoras, tienen alguna discapacidad, son gordas, migradas, racializadas, trans, viejas o cualquier otro rasgo que las aleje de la normatividad? ¿Será que son todavía más tímidas e inseguras y por eso el poder las expulsa?

Teniendo en cuenta este escenario de inexistencia, no es de extrañar que las mujeres hayamos interiorizado que no tenemos mucho que aportar, que nuestras experiencias no son interesantes o que no tenemos la capacidad de contarlas. Esto explica, como nos dice la pensadora y escritora, Bell Hooks, “el énfasis del feminismo en la búsqueda de la voz, en el paso del silencio al discurso como gesto revolucionario” […] Algo que ha sido “especialmente relevante para grupos de mujeres que jamás habían tenido voz pública con anterioridad, mujeres que hablan y escriben por primera vez, entre ellas muchas mujeres de color” (2022: 31). Hacer uso de la voz les (nos) permite transitar de la consideración de objeto a sujeto y, con ello, sabernos capaces de influir en la propia vida y en el entorno.

Pero somos conscientes de que los tránsitos no son fáciles. El primer obstáculo que nos encontramos es toda esa opresión que hemos interiorizado. Es lo que se ha venido en llamar el síndrome de la impostora: no tener confianza en las habilidades propias, dudar de una misma, pensar que no estamos nunca lo suficientemente preparadas y (auto)cuestionarnos continuamente. ¿Te suena de algo? Por desgracia, seguro que sí. Y si tenemos en cuenta que este síndrome afecta a casi todas las mujeres ¡podríamos hablar mejor de una pandemia!

No es de extrañar que nos acosen todas estas inseguridades cuando no somos más que meras invitadas en un tablero de juego definido por otros. Se trata de un escenario marcado por el androcentrismo que, en palabras de la filósofa política Nancy Fraser, es “una característica principal de la injusticia de género”, que se basa en un orden social que “privilegia los rasgos asociados a la masculinidad, mientras devalúa todo aquello codificado como femenino” (2011: 299). Así que si queremos aspirar a tener reconocimiento en ese espacio público, deberemos asimilarnos a ese modelo masculino que, como ya sabéis, lleva asociada lo productivo, la razón y lo universal.

En otras palabras, si queremos pasar desapercibidas (e intentar ser aceptadas) tendremos que imitar las formas que rigen el modelo de comunicación hegemónico. La politóloga Iris Marion Young nos explica como el hablar bien se asocia a un estilo competitivo y dominante de ocupar el espacio público, donde se limita lo emocional y se premia la seguridad, la autoridad, la voz grave, el autocontrol y el aparentar experiencia y serenidad. Por su parte, la antropóloga Dolores Juliano añade que la credibilidad y el reconocimiento se vinculan a las conductas verbales y gestuales masculinas “más sueltas, directas y autocentradas” (frente a las femeninas “más acorde con lo esperado y centradas en agradar a los demás”) (2017: 56). Y la politóloga Jone Martínez Palacios rastrea cómo los nervios se han convertido en toda una artimaña para restarle legitimidad a las mujeres.

En definitiva, cualquier sesgo que desprenda nerviosismo, emocionalidad o inseguridad queda fuera del espacio público y, con ello, los grupos y voces que no cumplan todos los requisitos anteriores (vaya, que solo unos pocos se otorgan el derecho a hablar y a ser escuchados). Pero menospreciar otras formas de expresarse en el espacio público no es la única táctica para reforzar la posición de las mujeres como subhumanas. Existen más: expulsarnos de la referencialidad y la memoria, negarnos la diversidad, dar mayor visibilidad a los discursos menos críticos con la dominación (¡esa eterna división entre buenas y malas oprimidas!), particularizar nuestros ámbitos de estudio, acción o reflexión y otras muchas estrategias que veremos en los capítulos siguientes.

La betsolari y escritora Uxue Alberdi ha explorado cómo la dominación masculina se reproduce en un ámbito de transgresión cultural como es el bertsolarismo. Casi cuarenta años antes, la escritora Joanna Russ se dedicó a registrar estas mismas fórmulas patriarcales (con sus variantes) para expulsar a las mujeres de la literatura. Y así podríamos seguir en otros muchos ámbitos. Distintas épocas, disciplinas y maniobras, pero un mismo propósito: mantener el control masculino del espacio público y limitar (cuando no negar) el derecho de las mujeres (y grupos subalternos) a tomar la palabra y a ser escuchadas.

Así que condenarnos a los márgenes es una de las mejores estrategias para silenciar o quitar importancia a lo que decimos. Los problemas surgen cuando queremos ocupar el centro o les recordamos que la mirada masculina (cisheteroblanca) tan solo es otra mirada particular más (y no la única ni universal). La escritora y académica Sara Ahmed nos propone hacernos con un kit de feministas aguafiestas, que haga más sencillo y enriquecedor presentar batalla a la norma establecida y optar por vivir una vida menos cómoda que mirando hacia otro lado (¡y también mucho más rica!). Así que vamos a rellenar ese kit con algunas ideas.


¿Y FRENTE A SENTIRSE IMPOSTORA?

¡PODERÍOS!

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Disponible en castellano y en euskera

Ilustraciones: @Rosi.Agua


Subvenciones para proyectos de promoción de la igualdad de mujeres y hombres a
entidades sin ánimo de lucro de la Diputación Foral de Bizkaia

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