MALESTAR

La isla corazón

Quién hace qué en los espacios colectivos

Si entramos en un espacio colectivo y nos fijamos en quiénes ocupan los márgenes de la sala, toman las notas, riegan las plantas, están recogiendo los platos en la mesa o preguntan por el estado anímico de las personas obtendremos una primera fotografía de las relaciones de poder que se reproducen en este grupo. El radiografiar quién hace qué ofrece información muy valiosa sobre los sesgos patriarcales que, muchas veces de forma sutil, se siguen (seguimos) reproduciendo.

¿Os acordáis de la metáfora del iceberg que explicaba la división entre lo productivo y lo reproductivo en nuestras sociedades? Te pedimos que vuelvas a evocarla para recordar cómo nos ayudaba a explicar la división sexual del trabajo y que la proyectes sobre el mundo de la participación. En este ámbito nos encontramos distintos tipos de tareas. Algunas tienen que ver con tomar la palabra, la interlocución, la comunicación o la atención a las redes sociales; otras, con recoger actas, organizar el calendario y planificar las acciones. Hay labores ligadas a la gestión emocional y al abordaje de los conflictos; y otras, a la limpieza o al mantenimiento del lugar. Estas son solo algunos ejemplos de la infinitud de trabajos que posibilitan mover la maquinaria común y cuya naturaleza dependerá del tipo de espacio al que asistamos.

Ahora vamos a pensar en la valoración que tienen estas tareas: ¿Nos acordamos de quién tomó la palabra o de quién cogía notas en silencio? ¿Elogiamos a quién suelta la ocurrencia del siglo o a quién pasa la bayeta? ¿Rememoramos a quién improvisa en voz alta unos lemas o a quién está repasando el listado de asistentes para una actividad? La respuesta es obvia: el reconocimiento se lo llevan las personas que hablan, las ocurrentes y las atrevidas. El resto pasarán desapercibidas porque se encargan de esas cosas que hay que hacer y punto. ¿O es que alguien va a esperar un aplauso por recoger la mesa o por presentarse a una persona que acaba de llegar?

Aplicado al interior de los espacios participativos, el iceberg nos ayuda a explicar la división sexual del trabajo militante y participativo. Las tareas más visibles y valoradas suelen ser ejecutadas por niños u hombres. Por el contrario, aquellas consideradas más irrelevantes, que no cuentan (ni se cuentan) recaen en niñas y mujeres. Es decir, el género es un marcador fundamental (pero no único) de cómo se reparten las responsabilidades en la participación.

Llama la atención que esta realidad prevalece incluso en ámbitos de gran potencial transformador, como es el caso de movimientos sociales. La socióloga y activista del movimiento okupa de Bilbao, Pilar Álvarez Molés, identificó como el sexismo influye en la distribución de responsabilidades y roles en los gaztetxes, muy determinados por lógicas masculinas de militancia que acaban dinamitando la implicación de las mujeres. Así que podríamos decir que, en general, la invisibilidad es el superpoder de las mujeres en los espacios colectivos. Y, como tal, conlleva una gran responsabilidad: garantizar la supervivencia grupal sin esperar nada a cambio.

Es probable que estéis pensando que esta división tan tajante no concuerda con vuestra realidad, ya que en vuestro entorno las mujeres están muy presentes en el espacio público y en lugares visibilizados. Y es probable que sea así (¡y hay que celebrarlo!), pero no podemos dejar que el árbol nos tape el bosque. En dos investigaciones recientes que realizamos en el ámbito de la educación y el voluntariado, respectivamente, nos encontramos varias veces con la afirmación de que las niñas y las mujeres eran las que llevaban la voz cantante en el espacio público. En lo que no se habían fijado es que la esfera de lo privado seguía (y sigue) recayendo en ellas (nosotras). Incluso en un ámbito como el voluntariado, donde se encuentran posibilidades de ruptura con los mandatos de la masculinidad hegemónica y proliferan valores como la colaboración, la atención o la empatía, los hombres se siguen desprendiendo (mayoritariamente) de las responsabilidades de la gestión emocional y del sostenimiento cotidiano.

Esta desatención a los cuidados pone en evidencia que hemos caído en una trampa: hemos mirado a las alturas y nos hemos olvidado de las profundidades. O, en otras palabras: nos hemos centrado en potenciar la presencia de mujeres en lo visibilizado (sin ninguna pretensión de restarle importancia) pero nos hemos olvidado de cómo valorar y repartir el trabajo de cuidados. Así que, si queremos construir “organizaciones habitables”, hace falta mirar hacia ese conjunto de creencias y valores que compartimos en un espacio colectivo y que conforman lo que conocemos como cultura organizacional. Y en esta cultura nos queda mucho que trabajar, porque sigue prevaleciendo la idea de que tomar la palabra es más importante que todas esas acciones intermedias que posibilitan llevar a término la charla o el concierto.

Así que seguimos promoviendo un modelo de participación que invisibiliza, desvaloriza y particulariza los trabajos de cuidados y potencia espacios fríos, muy centrado en los fines y poco en los procesos. A veces nos preguntamos por qué una persona no volvió o por qué otras se fueron sin explicaciones. Puede ser que estas ausencias tengan que ver con los tiempos, con la falta de interés o con puras casualidades. Pero también es probable que hayamos pasado por alto elementos que tienen que ver con el cuidado ambiental y emocional de los espacios. Sin embargo, nos es más fácil pensar que fueron abducidas por extraterrestres y convertirlas en un Expediente X que cuestionarnos nuestras formas de relacionarnos tan marcadas por fórmulas heteropatriarcales.

Por ello, tenemos que explorar otros modelos de funcionamiento interno (como están haciendo en el laboratorio colaborativo de Wikitoki), mirar hacia el reparto de tareas y roles y, especialmente, a la ubicación de los cuidados en nuestra organización: ¿Siguen en los márgenes o han pasado al centro? Esta pregunta es fundamental para buscar la coherencia entre los qué y los cómo, ya que “el modo de hacer no es secundario. La metodología que usamos tiene que ir relacionada con la idea con la que interpretamos el mundo”, como nos recuerdan desde el colectivo Cala. Así que vamos a adentrarnos en estrategias que nos permitan encaminarnos hacia fórmulas participativas corresponsables, acogedoras y a las que queramos volver mujeres


¿Y FRENTE A LA INVISIBILIDAD?

¡CUIDADOS AL CENTRO!

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Disponible en castellano y en euskera

Ilustraciones: @Rosi.Agua


Subvenciones para proyectos de promoción de la igualdad de mujeres y hombres a
entidades sin ánimo de lucro de la Diputación Foral de Bizkaia

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