MALESTAR




Espacios y lógicas productivistas
Las mujeres se encargan casi del 70% del trabajo doméstico en los hogares de Euskadi. También son las más precarias en el ámbito laboral y empobrecidas. Así que piénsalo bien, si tienes que planificar la comida, la limpieza de la casa y la atención de las criaturas en las familias heterosexuales; si trabajas 5 o 6 días a la semana, 8 horas al día y necesitas una hora para el desplazamiento, ¿cuáles son tus posibilidades para implicarte y participar? Venga, va, haces el puzle y consigues ir, ¿puedes concentrarte y disfrutar de tus derechos políticos o no paras de mirar el reloj y de darle vueltas a las 300 tareas que tienes pendientes?
Esto, amigas, guarda relación con la TRIPLE PRESENCIA que examina la relación entre el tiempo dedicado a la esfera doméstica, al empleo y a la participación sociopolítica. En otras palabras, nos ayuda a poner nombre a algo que intuimos en nuestra vida cotidiana: no se puede estar en tres sitios a la vez. Ante esta imposibilidad física, solo nos queda renunciar (o, al menos, priorizar) un espacio sobre otros.
Y en esta decisión entran en juego todas las estructuras que vimos en apartados anteriores. ¿Os acordáis de Sofía y Emilio? Pues las Sofías acabarán priorizando los trabajos de cuidados mientras los Emilios permanecerán como interlocutores del ámbito de la participación sociopolítica. Y puede que pase que incluso tú, que llevas dando caña en tu espacio para que se transforme feministamente, acabes viendo que tu pareja heterosexual pueda seguir siendo el Che Guevara, mientras tú te conformas con una participación fugaz.
Sin darte cuenta, te has convertido en el conejo de Alicia en el País de las Maravillas (que, quizás, era una coneja en un sistema capitalista y cisheteropatriarcal). Ya nos lo cuenta la periodista June Fernández al narrar la experiencia de una de esas 10 Ingobernables que optan por “complicarse la vida” y enfrentarse a la normalidad. Se trata de la protagonista del primer capítulo, Irina Layevska Echeverría, que se cruza en un momento de su vida con Hilda Guevara, una de las hijas del Che. En esa conversa “platicaron sobre esa contradicción del héroe mítico dispuesto a sacrificar todo, incluso a los hijos y a la compañera” (2019: 25). No sería un gran padre, pero todo el mundo conoce a Ernesto Che Guevara. Por el contrario, mucho menos se conoce a Hilda Gadea (su primera esposa y madre de Hilda) o Aleida March (segunda esposa), pese a haber formado parte también de las luchas revolucionarias. Cuidar a cuatro hijos, como esta última, y permanecer en las sombras de las luchas por la vida cotidiana no te hace pasar a los anales de la historia.
Esto solo es un ejemplo de esos militantes champiñones que “no se implicarán ni responsabilizarán en los trabajos de cuidados. Serán militantes a jornada completa para luchar por la revolución. Pero la vida debe seguir, y para ello alguien tiene que sostenerla” (2024: 72), como manifiesta la socióloga Marina Sagastizabal. Las que sostienen la vida (y el uso del femenino no es casual), invisibles y subalternas, no serán quienes marquen el modelo de participación. El ideal vendrá definido por esos champiñones, que se convierten en los referentes deseables para cualquier aspiración de transformación política. Y es así como, casi sin darnos cuenta, acabamos reproduciendo las lógicas del sistema capitalista y patriarcal que invisibiliza los trabajos de cuidados (sí, incluso en aquellos espacios que tienen entre sus objetivos combatir las injusticias del sistema).
¿Por qué? Porque hemos apostado por reproducir un modelo de participación y militancia ya construido según las dinámicas de la masculinidad y, con ello, de la productividad. Y si no eres capaz de ir a la asamblea, de permanecer en reuniones de 5 horas o de estar 3 días fuera de casa dándole vueltas a los acuerdos de la organización se entiende que no tienes un compromiso serio y real con la acción política. El No me da la vida se ha convertido en un lema reiterado entre las personas incapaces de seguir el ritmo del activismo.
La falta de compromiso de los hombres con los trabajos de cuidados dificulta la participación de las mujeres en los espacios de incidencia política. En Será habitable o no será, las compañeras de la Red de Economía Alternativa y Solidaria (REAS) Euskadi ponen el foco en el entusiasmo que genera este perfil del “MILITANTE HEROICO”, que traslada las lógicas de lo productivo y del empleo a las organizaciones y colectivos. Es ese que “su autoinmola”, lo da todo por el proyecto o lo convierte en su aventura personal. “Además, exige de manera más o menos velada, la autoinmolación al resto de compañeras, empezando por no poner límites a los tiempos que dedicamos a la organización” (2020: 20).
¿Quiénes tienen el privilegio de disponer de horarios sin límites? De seguro, las personas con responsabilidades de cuidados y/o con entornos laborales más precarizados, no. Personas que no tienen necesariamente que ser mujeres, pero mayoritariamente lo son. Así que son los hombres quienes tienen más posibilidades de tener una trayectoria participativa caracterizada por la estabilidad y la continuidad, mientras que la de las mujeres suele estar marcada por la excepcionalidad y la irregularidad. Y, por supuesto, por la invisibilidad, pues dirigirán su compromiso a esos espacios que apenas cuentan en los estudios sobre la participación política y social.
Y es que, sea por casualidad o serendipia, nunca nos encontramos estos grandes compromisos revolucionarios en asociaciones de madres y padres (que, la verdad, son más de madres salvo contadas excepciones). Es evidente que no toda la participación tiene el mismo valor ni prestigio en nuestros imaginarios. Y veremos muchos más hombres en partidos, movimientos políticos y sindicatos y menos en movilizaciones ligadas a la vida cotidiana (como esas AMPAS o el voluntariado). Ya sabemos que la heroicidad no se encuentra cuidando de las infancias o en los comedores de barrio.
La estrategia de transformación no pasa, por tanto, por seguir reproduciendo ese modelo masculino-productivista de la participación, sino por cambiar el patrón de deseabilidad. Quizás tengamos que mirar hacia lo considerado irrelevante de la acción política, dejarnos de protagonismos, de presencialismos absolutos y de heroicidades abstractas y apostar por unas experiencias participativas desde la diversidad, que partan de distintas intensidades y ritmos y que convivan con las vidas cotidianas. No es tarea fácil romper con un imaginario de siglos, pero vamos a explorar algunas estrategias que nos dan pistas de cómo podemos realizar ese tránsito hacia espacios donde las formas de implicación sean más sostenibles para las personas que las habitan.








