La isla corazón

Disciplina mediante el deseo y el asco

El quinto malestar es ser objeto de mirada y, con él, queremos abordar los dolores que surgen al vincular los cuerpos a una carnalidad que los reduce a seres (in)deseables, negándoles su condición de deseantes. Y, para ello, os vamos a contar la historia de Igarashi Megumi, una japonesa que crea arte manko. Es decir, prepara yeso, se lo pone en su vulva (su manko) y, con ese molde, crea un diorama que decora con colores vistosos y formas adorables. Lo hace porque nunca entendió muy bien por qué manko es una palabra censurada, vista como algo malo y sucio. Y, aunque con su arte quería quitarle esa connotación negativa, consiguió (¡sorpresa!) que un montón de señores se cabrearan con ella.

Algo que no frenó a Rokudenashiko (su nombre artístico que vendría a traducirse como chica inútil) que, cuando descubrió las posibilidades que ofrecía la impresión 3D, lo tuvo claro: ¡Iba a crear la primera chichi-barca del mundo! Para ello, en 2014 puso en marcha una campaña de micromecenazgo para construir un kayak con la forma de su vulva, la gente la apoyó y logró atravesar el río Tama con él. Nueve meses después, la policía picó a su puerta y la arrestó acusada de distribuir obscenidad. Las autoridades japonesas buscaban que mostrara arrepentimiento, pero, lejos de eso, Rokudenashiko siguió reivindicando la resistencia, libertad y reivindicación de Manko-chan.

Es especialmente interesante que este relato nos llegue desde Japón, país del festival Kanamara Matsuri donde se celebra el pene humano a través de dulces, ilustraciones o mikoshis (templo portátil sintoísta) con forma fálica. De esta forma, es más fácil comprender que esta crónica no va de un tabú sexual sobre la representación de la genitalidad, sino que se ceba sobre el cuerpo feminizado leído como anormal, es decir, alejado de la supuesta neutralidad masculina.

 

A Rokudenashiko se le niega su capacidad para representar su propia corporalidad bajo sanción que comienza en un plano informal con violencia verbal (insultos en el espacio público: calle, medios o redes sociales) y escala a lo institucional con violencia física y psicológica (encerrar el cuerpo, privarlo de libertad). Por supuesto, el castigo es a la artista que se atreve a desafiar la norma, pero la disciplina es colectiva, es una advertencia a todos los cuerpos anormales: No juguéis a ser mente (yo creo arte), sujetos (yo represento mi cuerpo), productivos (lo expongo en lo público como recreativo o reivindicativo) y, ante todo, no os atreváis a dejar de ser subalternos (reivindicando el cuerpo otro como natural y positivo).

Y no queremos que penséis que esto es solo cosa de Japón porque también pasa (y mucho) en Occidente. Por poner algún ejemplo, en 2018, un señor de la organización de TEDxBrussels decidió sacar a rastras del escenario a la artista de performance Deborah De Robertis por proyectar fotografías de sus genitales; en 2019 un grupo de mujeres acabaron sentadas en el banquillo por la sátira procesión del Coño Insumiso en Sevilla; en 2021, un grupo de museos vienenses crearon una cuenta en OnlyFans para burlar la censura de las redes sociales y poder mostrar obras de arte como la Venus de Willendorf, etc.

Esto quiere decir que apenas vamos a encontrar representados cuerpos feminizados y/o disidentes, ¿verdad? Vaya, pues no exactamente. La representación de los cuerpos anormales es un poco como el gato de Schrödinger. Si el michi está simultáneamente vivo y muerto dentro de una caja, los cuerpos de anormales están simultáneamente hipervisibilizados e invisibilizados dentro de nuestra sociedad. Y para comprender esto, en vez de tirar de mecánica cuántica, vamos a volver a las lógicas del sistema sexo-género.

Es usual encontrarnos con la representación de estos cuerpos en el cine, la literatura, la pintura, la publicidad, la televisión… La clave de la hipervisibilización está en que el creador es un hombre que introduce cuerpos deseables (y, con ello, normativos) buscando satisfacer la mirada de otros hombres deseantes. Y, como ya habrás adivinado, no hablamos de un hombre cualquiera, sino de un BBVA+ que, bajo los pares masculino-razón-sujeto-productivo-dominación, ha sido el considerado legítimo para representar (imaginar, nombrar, describir) los cuerpos y asentar el canon. Con ello, esta representación no va a responder tanto a la realidad del cuerpo representado como a la interpretación del que mira. Y el que mira lo hace desde una posición de privilegio que marca lo que considera in/deseable, invisibilizando y/o estereotipando los cuerpos que interpreta como anormales.

Si no, fíjate en cómo se ha realizado la representación de las mujeres en Occidente. Por un lado, tenemos las que se dibujan desde la pureza absoluta y el misticismo como seres maternales o protectores como Atenea, Galadriel, Juana de Arco o María. Otras serán bellas doncellas a las que conquistar como Blancanieves, Eowin, Julieta o Perséfone. Y luego están las mujeres que ocupan el espacio público, seres encarnados y tentadores a las que desear y temer por igual, sea Cercei, Cleopatra, Gilda, Jezabel, Helena de Troya, Hiedra Venenosa, Irati, Lilith, Marilyn, Maléfica, Morgana, Medusa, la reina de Saba, Salomé, la Xana o Yama-Uba. Todas ellas poseedoras de una mezcla entre belleza y capital erótico que podía llevar a la perdición a cualquier hombre de bien, a sí mismas o, incluso, a toda la humanidad. Si no, que se lo digan a Eva o a Pandora…

Así que, para evitar el desastre, a los hombres no les queda otra que controlar, doblegar y domesticar sus cuerpos (si en el fondo es por su bien). Y esto atañe a los de ficción y a los de la vecina. No deja de ser jocoso (si esto tuviera gracia) el hecho de que se hayan montado todo un sistema disciplinario justificada en una representación estereotipada que ellos mismos (re)crearon. Mientras tanto, a las cuerpos anormales se les negó la capacidad de ser sujetos y representar su propia existencia en el arte, el cine, los comics, la historia, la literatura, la medicina, la música, la publicidad, la televisión, las redes sociales, los videojuegos… Se les negó la capacidad de narrar sus deseos, sus dolores, sus necesidades, sus miedos. Lo que se hizo canon, lo que se hizo universal, fue un espejo deformado. Por eso la reivindicación de la presencia en lo simbólico tiene tanta importancia porque repercute en lo material.

Así que, ¿cómo condiciona todo esto a la participación en el espacio público? A ver si te suena este diálogo interno: “Hoy tengo esa reunión y no sé qué ponerme. ¿Esta camiseta? Me marca demasiado ¿Y esta blusa? ¡Mucho escote! ¿Esta otra? ¡Uff! ¿Y se me abre el botón? ¿Y estos tacones serán demasiado?¡Ala! ¡qué ojeras! ¡me tengo que arreglar! ¿Y si me pinto los labios de rojo? Mmm, qué va, llamo demasiado la atención”. Esto no son solo dudas de una persona insegura que quiere cuidar su apariencia, es algo aprendido de los correctores vividos a nivel personal y colectivo. Y, si quieres ejemplos, solo tienes que darte una vuelta por la forma de hablar sobre los cuerpos de las mujeres y/o disidencias que tienen los medios de comunicación y las redes sociales.

De esta suerte, las niñas y las mujeres (las Evas) crecen con una consciencia de su propio cuerpo (carne-obsceno) muy elevada. Desde muy pequeñas se las domestica para que entiendan que son cuerpos para desear, poseer, someter. Conscientes de su corporalidad (presión estética), conscientes de sus movimientos (acoso callejero), conscientes de su deseabilidad y del deseo irrefrenable que pueden provocar (terror sexual). Es decir, hay una limitación en el movimiento de las mujeres en el espacio público que es el lugar donde se da la participación política. De esta forma, las mujeres saben que serán más escudriñadas cuando toman la palabra y tendrán que actuar en consecuencia.

Antes de continuar, no podemos olvidar que esta consciencia se impone con más fuerza cuando en esos cuerpos anormales se enmaraña más de una opresión. Algunos grupos están ampliamente erotizados como es el caso del colectivo LGB (lesbianas, gays o bisexuales) y otros exotizados como las personas racializadas (árabes, latinas, negras...) o las TI (trans o intersex).

La hipersexualización de los cuerpos anormales se convierte en una forma de disciplina que tiene consecuencias a la hora de participar en lo público. Se enfatiza la fraternidad tóxica que mimetiza todo este argumentario y justifica la falta de escucha (no me puedo concentrar con esa boca o esas tetas), la deslegitimación de voces (la guapa tonta), el descrédito y el restar valía (seguro que se puso rodilleras, la mujer de, la cuota…) o, directamente, la tentación (lo iba pidiendo, iba provocando).

¿Las consecuencias? Las más graves, situaciones de acoso o violencia sexual que se puede dar también en entornos aparentemente seguros (asambleas, institutos, entornos laborales…). Por debajo, está la escrupulosidad en los adornos, la ropa o los movimientos que pasan por la sujeción del cuerpo. Arreglarse, pero sin pasarse para intentar no despertar miradas, comentarios o encuentros no deseados. Autocensura del cuerpo y represión al capital erótico para no restar (más) valor a su participación o sumar (más) dosis de violencia.

Pero sabemos que no todos los cuerpos anormales son leídos como deseables, ¿qué ocurre entonces? ¿quedan libres de violencias? Para nada, más bien lo contrario. Los cuerpos díscolos rompen las reglas no escritas sobre el placer visual masculino (siempre cis y hetero), así que crean confusión: ¿por qué no domesticas tu cuerpo para hacerlo más deseable? Aquí solo hay dos respuestas posibles: A) tienes un cuerpo quebrado que no tiene arreglo (sobre los que sentir lástima) o B) formas parte de una suerte de facción rebelde que viene a hackear la norma, a hackear el sistema capitalista. Y ya sabemos lo que pasa con el clavo que sobresale… que siempre recibe el martillazo.

De esta forma, aquellos cuerpos díscolos que se marcan como indeseables (butch, diskas, gordas, con pluma, queer, viejas y cualquiera que no encaje por tener canas, raparse al cero, no depilarse, tener tatuajes y un interminable etcétera) o como prescindibles (migradas, trans, trabajadoras sexuales) tendrán que soportar la máquina del asco y del odio que les va a hacer saber en todo momento que sus cuerpos (y sus vidas) son prescindibles. A través de la cultura, la educación, la medicina, los medios, la política, las redes sociales… se impondrá un relato de vergüenza y dolor que busca su expulsión: ¿cómo un cuerpo como ese puede querer moverse por lo público libremente? ¿cómo un cuerpo anormal va a ser escuchado, legitimado, respetado, amado?

De nuevo, el peso de la corporalidad anormal, sea deseada o indeseada, no solo afecta a quienes lo viven en primera persona, sino que funciona como un corrector comunitario. ¿Recuerdas lo que le cantaba Úrsula a Ariel en La Sirenita? “Allá arriba es preferido que las damas no conversen a no ser que no te quieras divertir. Verás que no logras nada conversando, al menos que los pienses ahuyentar. Admirada tú serás si callada siempre estás. Sujeta bien tu lengua y triunfarás”. Que se te oiga menos y se te verá más. Ya sabes, el calladita estás más guapa de toda la vida. Y si no te consideran guapa pues, al menos, que se te vea menos. Es decir, nos regalan otra advertencia: calladita estás más segura.


¿Y FRENTE A ESE SER CONSIDERADO OBJETO?

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Disponible en castellano y en euskera

Ilustraciones: @Rosi.Agua


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