MALESTAR



La expulsión de los cuerpos virtuales
Conectarse a internet es como caer en la madriguera del conejo blanco, solo que a lo bestia. Y es que, tras la cortina, nos encontramos con infinidad de puertas que podemos traspasar si le damos un solo trago a esa botella que dice bébeme que, en vez de encogernos, nos digitaliza. Los mundos de las maravillas virtuales, en un tiempo no tan lejano, se imaginaron como un ágora perfecto, el hallazgo de una utopía donde desarrollar un sistema cultural, económico, político y social en equidad y libertad. Y es cierto que, a través del espejo, podemos tejer alegrías, complicidades, luchas y saberes. Pero también seguimos contando con sombrereros enfadados, monarcas que piden cabezas y algún que otro (machi)troll.
No se trata de ser tecnófobas, sí de poner sobre la mesa la (otra vez) falsa neutralidad con la que se presentan las tecnologías de la información y la comunicación (a partir de aquí, TIC). Los ordenadores, los teléfonos, las videoconsolas, internet, el correo electrónico, los buscadores, las plataformas de redes sociales… no son meras herramientas objetivas. La tecnología se imagina, desarrolla, patenta, ordena fabricar y comercializar por sujetos que, mayoritariamente y como te puedes imaginar, corresponden al perfil de BBVA+ (ese varón, blanco, burgués, adulto, heterosexual, sin discapacidades…) y, por muy buena intención que tengan, dejarán sesgos de su mirada en ella.
Si nos detenemos en el porcentaje de alumnas que cursan carreras del área de STEM (del inglés ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) en universidades españolas en el curso 2022-2023, nos encontramos con que aquellas marcadas como duras están altamente masculinizadas.
De esta forma, en la elección curricular sigue resonando la confrontación entre Emilio (público-productivo) y Sofía (privado-reproductivo), algo muy vinculado a que las pequeñas no encuentran referentes y las adultas, espacio. Y es que, además de la aplastante brecha en la vocación, hay que sumar las fugas en la tubería, es decir, su expulsión a lo largo de la carrera profesional por distintos motivos: la dificultad de compatibilizar la vida laboral con la maternidad y/o los cuidados, las trabas ligadas a los estereotipos de género o la falta de reconocimiento a las mujeres.
Por otro lado, la brecha digital de género tiene otra dimensión que se refiere a la diferencia entre hombres y mujeres en el acceso y el uso de las TIC (esto es: tener tecnología y saber utilizarla). En Europa se ha ido reduciendo paulatinamente, sin embargo, sigue siendo un problema a nivel global. De nuevo, recuerda que el género se entremezcla con otros sistemas de dominación y las personas analfabetas, del colectivo LGBATIQ+, diskas, indígenas, mayores, pobres, rurales y/o del sur global tienen más posibilidades de ser excluidas del mundo digital.
¿Sabías que los varones tienen un 25% más de probabilidad de contar con los conocimientos y habilidades para usar la tecnología que las mujeres? ¿Que el 90% de las mujeres adolescentes y jóvenes que viven en países de renta baja no tiene acceso a internet (mientras que los chicos tienen el doble de probabilidades de hacerlo)? ¿O que en América Latina el 40% de las mujeres, que supone más de 89 millones de personas, no están conectadas o no pueden costear tener Internet?
Por último, esta brecha se deja sentir en el tipo de uso que se le da a la tecnología. En este caso, podemos ver una clara extensión del mundo analógico al virtual, donde las mujeres van a utilizar las TIC, principalmente, para actividades o relaciones sociales y mucho menos para la acción política. De esta forma, se pierde parte de su capacidad de incidencia política también en línea.
Los sistemas de dominación radican en quienes crean y utilizan la tecnología y, como tal, veremos una extensión de gran parte de los malestares analógicos al mundo virtual. En consecuencia, las mujeres, disidencias y colectivos alternos tendrán que hacer frente a la falta de legitimidad de voces, la condescendencia, la negación de sus vivencias, así como a la exposición y crítica de sus cuerpos. Y es muy probable que se encuentren con amenazas, acoso sexual, insultos, publicación de información o fotografías privadas o bullying organizado. Es decir, con violencia digital machista.
¿A qué nos referimos con violencia digital machista? Aunque aún no hay una definición consensuada, nos referimos a todo acto de violencia estructural que sufren las mujeres y disidencias por el simple hecho de serlo, que se ve agravado por el uso de internet y las TIC. Es decir, es una extensión de la violencia machista del mundo analógico.
¿Quién puede ser el agresor? Puede ser alguien de tu entorno, como amistades, familiares o (ex)parejas, que usen las TIC para vigilarte, controlarte o desprestigiarte. Pueden ser perfiles anónimos (sean o no cercanos) o grupos organizados que ejerzan ataques sistemáticos. Incluso podríamos incluir un Estado que utilice sus instituciones para violar la privacidad, censurar la libertad de expresión o identificar activistas para reprimirlas.
¿Qué formas pueden tomar estas violencias digitales? La colectiva Luchadoras, junto a SocialTIC y la Asociación por el Progreso de la Comunicaciónhan detectado 13 formas de agresión ligadas a la tecnología que suelen aparecer fuertemente entrelazadas:
💣 Acceso o control no autorizado a los dispositivos o cuentas para información, bloquear cuentas o utilizarlas para desacreditar (robo de contraseñas, phishing, keyloggers…).
💣 Control o manipulación de la información, borrando o falsificando datos o documentos sin consentimiento.
💣 Suplantación y robo de la identidad digital: Crear cuentas o perfiles falsos para dañar la identidad de la persona o el colectivo.
💣 Monitoreo y acecho: vigilar de forma constante la vida en línea, información, publicaciones privadas o públicas (ciberstalkeo).
💣 Expresiones discriminatorias en base a discursos de odio (estereotipos de clase social, género, etnia, raza, religión, orientación sexual…).
💣 Acoso: Molestar de forma reiterada a través del acecho, insultos, mensajes.
💣 Amenazas: Expresiones, imágenes, videos… que muestran la intención de dañar la integridad física o sexual de una persona, su entorno o bienes.
💣 Difusión de Información personal o íntima sin consentimiento, como puede ser el doxxing (rastreo de información disponible en la red para su publicación como una forma de acoso e intimidación) o la publicación de fotos íntimas.
💣 Extorsión: Obligar a seguir la voluntad de un tercero que te controla o intimida, por ejemplo, la sextorsión (uso de imágenes íntimas como coerción con fines de abuso o explotación sexual con o sin lucro).
💣 Desprestigio: Dañar la trayectoria de una persona a través de la exposición de información falsa, manipulada o fuera de contexto.
💣 Abuso y explotación sexual a partir de la utilización de la imagen o el cuerpo contra la voluntad, como el grooming (uso de redes sociales para contactar y crear vínculos con menores con fines de abuso o explotación sexual).
💣 Dejar fuera de circulación canales de expresión de una persona o grupo mediante bajas de perfil, ataques DDOS; restricciones de uso y domino…
💣 Omisiones de esta violencia por parte de actores con poder regulatorio (no atender denuncias, menospreciar los ataques…).
¿Qué consecuencias tiene la ciberviolencia? Tenemos que tener en cuenta que nuestro avatar digital no se libra del cuerpo, tan solo es una extensión del mismo. Al igual que el imaginario que (re)creamos en línea va a impactar en la forma de entender nuestros cuerpos y entornos (los estándares de belleza, de éxito, de felicidad…), las violencias digitales también van a atravesar las pantallas. Así que, a nivel personal, podemos sufrir malestares emocionales, psicológicos y físicos (cuadros de ansiedad y estrés, depresión, dolor de cabeza, fatiga, así como baja autoestima o pérdida de confianza).
¿Sabías que más de un 25% de las mujeres entre 16 y 25 años ha recibido insinuaciones no apropiadas a través de redes en el Estado español? ¿Que el 54% de las mujeres que sufre acoso digital experimentó ataques de pánico, ansiedad o estrés? ¿O que el 42% de las niñas y jóvenes mostraron estrés emocional tras experimentar acoso online?
Esta situación puede desencadenar en una desconexión forzada, en tener que realizar un cambio de casa o de trabajo o incluso en (intentos de) suicidio. Y es que, en primera instancia, el uso de la violencia digital sirve para disciplinar a la persona o el colectivo violentado; en segunda, busca la expulsión de todas las mujeres, disidencias y demás cuerpos anormales de lo público-virtual (siguiendo con la de lo público-analógico). Como imaginarás, esto es algo que tiene consecuencias a nivel cultural, económico, ecológico, político, sanitario, sexo-afectivo, social y tecnológico.
Cabe señalar que toda esta violencia se amplifica cuando hablamos de participación en el mundo virtual en clave política, especialmente, cuando se vincula con el activismo transformador anticapacitista, antirracista, ecologista, feminista, LGBATIQ+… En ocasiones, publicar este tipo de contenido puede hacerte perder un buen puñado de followers (es decir, visibilidad y, según el caso, también monetización). Sin embargo, en otras puede despertar la parte más toxica de internet con altas dosis de violencia individual u organizada.
Pero, ¿quién orquesta este acoso? Para entender esta violencia digital tenemos que adentrarnos en una parte de la red conocida como androsfera, manosfera o machosfera. Es decir, comunidades virtuales conformadas mayoritariamente por hombres que promueven una masculinidad hegemónica y son altamente hostiles a los avances feministas. En su interior, cohabitan diferentes subculturas heterogéneas como pueden ser:
🚩 Movimiento por los derechos de los hombres (del inglés Men’s Rights Activist): Varones que sienten que la sociedad les discrimina alegando que la legislación favorece a las mujeres en aspectos como el divorcio, la custodia, la atribución de la paternidad o la manutención de las criaturas. Se sienten perjudicados por las leyes contra la violencia machista y violencia sexual al entender que han acabado con su presunción de inocencia. También se quejan de la feminización de la educación o de que algunos asuntos masculinos tengan menos visibilidad. ¿Pueden querer una mayor visibilidad de los hombres en las tareas de cuidados? No, claro que no, se quejan de cosas como que la circuncisión tenga menor denuncia global que la mutilación genital femenina (nótese la comparación).
🚩 Artistas o gurús del ligue (o PUA según las siglas Pick-Up Artists): Hombres que se autoperciben como maestros de la seducción y enseñan a sus pupilos habilidades y tácticas de conquista basados en todos los clichés de género habidos y por haber. Las mujeres se describen como objetos que dan o quitan estatus a los varones y, como tal, les otorgan un valor de mercado que puede subir (por aspectos como el atractivo físico o su domesticidad) o bajar (por tener un buen sueldo o un body count alto, esto es, haber tenido varias parejas sexuales).
🚩 Incels (del inglés Involuntary Celibates): Varones que no mantienen relaciones sexoafectivas con mujeres no porque no quieran sino porque no pueden. Se han montado teorías como que la humanidad se rige por la ley de Pareto del 80/20: El 20% de los hombres alfa (chads) compiten por el 80% de las mujeres, mientras que el 80% de varones menos agraciados lo hace por el 20% restante. De esta forma, ellas eligen a los alfa para mantener relaciones sexuales (hablan de carruseles de pollas y cosas así) y rechazan sistemáticamente a los varones menos atractivos (vamos, a ellos) quedando condenados a la eterna soledad. ¡Ah! Tampoco les va lo de casarse porque no quieren convertirse en peleles que las mantengan.
🚩 Hombres que siguen su propio camino (MGTOW por sus siglas en inglés Men Going Their Own Way). Utilizan la metáfora de la Red Pill, la pastilla roja sacada de la película The Matrix (¡pobres hermanas Wachowski!), para defender que han logrado despertar de la simulación en la que está inmersa nuestra sociedad que es incapaz de darse cuenta de que las mujeres subyugan a los hombres bajo una dictadura feminista (sí, en serio). De esta forma, abogan por el celibato (esta vez) voluntario porque consideran que todas las mujeres son abusivas. También se dedican a retorcer el biologismo y la teoría de la evolución para justificar el orden social de sus sueños en los que ellos son naturalmente líderes y ellas serviciales y sumisas.
La periodista Susanne Kaiser (2022: 56) explica que, aunque sus diferencias son palpables, todas estas subculturas tienen algo en común: “niegan el derecho de las mujeres a la autodeterminación sexual y rechazan el sistema social que surge de esa autodeterminación”. Y es que los avances feministas de las últimas décadas han demostrado que se pueden abrir grietas en un sistema patriarcal que se está erosionando. Aunque pequeñas, se entienden suficientes para que puedan ser leídas como una contradominación de las mujeres que hace que los opresores se sientan oprimidos. Aunque parezca un contrasentido, esta postura victimista les ayuda a crear un discurso que promulga abiertamente el odio a las mujeres. “Convierten la masculinidad hegemónica en algo político: como patriarcado, se movilizan a favor del patriarcado. No pueden volver atrás, a ese estado en el que lo masculino era lo natural. Una vez algo se visibiliza, ya no se puede invisibilizar” (2022: 149).
Estas subculturas tienen su origen en los EE.UU. a través de foros como 4Chan, Reddit o Voat. Lugares cerrados donde se pueden expulsar a las mujeres (al menos, a las que se identifican como tal) para crear (sarcásticamente) una habitación propia donde establecer algún grupo de apoyo, producir teorías conspiranoicas, vomitar odio contra las mujeres u orquestar campañas de violencia digital hacia personas concretas, colectivos, empresas o instituciones.
La violencia en línea de la manosfera ha sido invisibilizada durante mucho tiempo, pero casos tan sonados como el Gamergate empiezan a quebrar este silencio. Muy brevemente, en 2014, un grupo de foreros de 4Chan y Reddit puso en marcha una campaña contra las denuncias de machismo y los avances del feminismo en el mundo de los videojuegos. El resultado fue una serie de ataques contra profesionales de la industria como Zoë Quinn, Brianna Wu o Anita Sarkeesian que incluyeron doxxing, hackeo de cuentas, amenazas de violación, así como amenazas de muerte si acudían a ciertos eventos.
Puede tener algo más de visibilidad pero, lejos de aminorar, la manosfera está en plena expansión. En los últimos años, han migrado a espacios más abiertos, diversificando sus formas y llegando a un público más amplio mediante plataformas (Twich, Youtube), redes sociales (TikTok, Twitter/X) o canales de mensajería (Telegram o Whatsapp). Esta apuesta les ha permitido plantar cara en la batalla cultural desde una versión más amable e irreverente facilitando la publicación de mensajes de odio. Y así se pueden imaginar combatiendo contra lo políticamente correcto bajo la máscara de un solitario Rorschach o en manada como los 300 de las Termópilas. Cada uno eligiendo su propio tono: a un Yagami Light todopoderoso, un Tommy Shelby canalla, un Walter White cabreado o, simplemente, un Joker caótico y guasón.
De esta forma, la violencia digital hacia las mujeres y disidencias se va intensificando progresivamente amparado en la libertad de expresión (aunque solo sea para ellos) y la lucha contra la dictadura woke. Bueno, mujeres, disidencias y hombres racializados porque, en muchas ocasiones, la misoginia y la homofobia se entrelaza con el supremacismo blanco siendo habitual que también se cuele el odio al otro africano o árabe (si tienes cuerpo para ello, busca la teoría del gran reemplazo). Como ya habrás adivinado, si seguimos las miguitas de pan, no nos costará llegar a la puerta de la alt right o extrema derecha, grupos que están sabiendo capitalizar este sentimiento de fragilidad de la masculinidad hegemónica (especialmente blanca y occidental). Y si no, mira los Bolsorano, Erdogán, Orbán, Netanyahu, Milei o Trump (o las Le Pen y Meloni) acumulando votos en base a la nostalgia, el miedo y el odio.
En 2024, los medios montaron una algarabía en torno a un estudio del CIS en el que un 44,1% de hombres respondió que estaba bastante o muy de acuerdo con la afirmación: "se ha llegado tan lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres que ahora se está discriminando a los hombres" (¡telita cómo se plantea!). Si cruzamos el dato con ideología, la mayor parte de aceptación se encuentra en la (extrema) derecha de Vox (88,1%) y PP (66,1%). Si miramos edad, en la de chicos de 16 a 24 años (un 51,7%). De nuevo, el cruce entre masculinidad, alt right y, en este caso, juventud.
Entonces, ¿está funcionando esta receta de nostalgia y antifeminismo entre los jóvenes? ¿Echan en falta algo que no vivieron? ¿El lloro a lo políticamente correcto es el nuevo punk? Pues no. Estamos ante una de las generaciones más comprometida con los movimientos antirracistas, ecologistas, feministas, LGBATIQ+… así que hay que coger aire antes de meter a toda la juventud en el mismo saco. Sin embargo, no queremos ignorar que un grupo de chavales está escuchando los cantos de sirena de una extrema derecha que les promete certidumbre ante una desesperanza hacia el futuro marcada por la crisis climática, la nosecuanta crisis económica, las consecuencias de la pandemia, la gentrificación de las ciudades, la precarización del empleo…. Es cierto que las chicas y disidencias están igual (o peor) pero, a diferencia de ellos, no tienen un pasado mejor al que mirar. ¿Volver a la ama de casa burguesa que ponía lavadoras mientras soñaba con algún tipo de independencia personal o económica? ¿O a la trabajadora que lavaba la ropa a mano con la última de las criaturas bajo el brazo antes de ir a su infraempleo como mariscadora, limpiadora o en el textil? ¿Regresar a una vida en el armario y esconder tu expresión, tu identidad, tus deseos y afectos? Y puedes seguir haciéndote esta pregunta con otras vidas atravesadas por diferentes sistemas de dominación.
Sin embargo, los amigos de la manosfera sí tienen imaginario del que tirar (que por algo el canon de ficción ha estado secuestrado por el BBVA+). Así, (re)imaginan un pasado perfecto a lo Don Draper donde un tipo hecho a sí mismo, con una profesión liberal, regresa a su casita en un barrio de clase media (sea lo que sea eso) donde le espera su hermosa esposa con los críos (o tal vez a lo Jordan Belfort en versión crypto). Claro, no van a invitar a pensar en el hombre medio de los cuarenta, los sesenta o los ochenta. Por ejemplo, en un currelas random que, tras 12 horas de trabajo, se funde el sueldo familiar en alcohol para mitigar los dolores derivados de un trabajo en condiciones de semiesclavitud. Por lo que sea, esa imagen ya no mueve tanto. La nostalgia, al igual que su argumentario, es fake y está trucada, por eso es esencial plantarle cara, también en lo virtual.
Y para ello es importante abordar las violencias digitales machistas que, a día de hoy, siguen fuertemente invisibilizadas, trivializadas e ignoradas. Eso sí, sin olvidar que este mundo digital también es el escenario de la comunidad hashtag donde asistimos a hitos feministas tan importantes como #TimeUp, #MeToo, #YesAllWomen o #SeAcabó. Tenemos que disputar el mundo virtual pero, como diría Audrey Lorde, nunca con las herramientas del amo.








